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La puesta en escena de esta obra tuvo su concepción durante el proceso de escritura. Ésta reproduce la idea de minimalismo: remite a una instalación, dentro de la cual están insertos dos personajes. Un texto superpuesto en contraposición con una puesta escenográfica despojada. La desteatralización de la cotidianeidad. Un lugar incierto, muy blanco, donde dos personajes circulan y se apropian de este espacio indefinido. Un halo intempestivo y rígido marca sus movimientos, en la totalidad de un espacio en el que todo detalle está sumamente cuidado y elegido ocupando un lugar específico en su forma y función. Un teléfono, otro protragonista de la historia. Una vara de flores, único objeto manipulable, con la capacidad de transformarse en una caricia, un arma peligrosa, una palabra no dicha, un pensamiento. Una puesta minimalista interceptada con actuaciones no naturalistas ni realistas: el extrañamiento de lo común. Todo está a la vista: lo escondido toma dimensión y nos sumerje en la profundidad de querer ver lo que no se quiere mostrar.

jueves, 9 de octubre de 2008

Silvia Sánchez Urite dijo:

“Reloj, no marques las horas”
Dos mujeres de alrededor de 30 años, maquilladas, lucen un clásico vestidito negro y están subidas a unos zapatos rojos de charol. Parecen estar vestidas para ir a bailar, pero no.
Están esperando un llamado, el que no llega. Una sale con un hombre casado, la otra tiene una relación imaginaria con un tipo misterioso. ¿Qué las une? La soledad. Y toda la serie de descabelladas hipótesis de por qué estos fulanos no las llaman.
Algunos diálogos resultan sospechosamente familiares si una ha estado en la situación de alguna de estas dos mujeres. Dice la del hombre casado: “Dijo delante de su familia que está enamorado de mí”. Dice la amiga: “¿Será casado, homosexual, cocainómano, asesino serial? ¿Por qué no me llama?”
Dos mujeres, dos miradas y la búsqueda infructuosa del amor, sin darse cuenta que hacen la elección equivocada. Se pierden en sus absurdos razonamientos que no son más que falacias. Como querer atrapar al amor en una jaula de cristal, pero el amor tiene alas y sabe escapar. Como en el teatro, como en la vida.
Las actuaciones de Carla Vidal y Maru Sussini brillan en su angustia, de ojos enrojecidos por la pena, con una iluminación finamente diseñada que aporta dramatismo. Son ellas dos y una sala en blanco. Ellas son un papel en blanco, en el que el amor quiere escribir, pero se le gastó la tinta.

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