Hay un sillón y un teléfono blanco. Dos mujeres, vestidas de negro y con zapatos rojos, de taco, se miran. Amanda (Maru Sussini ) y Gloria (Carla Vidal ) se conocen y mucho. Comparten sus tragedias, sus incomprensibles tragedias cotidianas. Pero ellas se comprenden. Esperar un llamado, la mirada de un extraño, una receta mal prescripta, pueden desencadenar en estos personajes un drama que les tensa el cuerpo y expande las voces. En este sentido, se destaca la dirección de Luz Lassizuk al lograr una coreografía perfecta de los cuerpos junto a un decir rítmico y efervescente.
Pero, más allá de la crisis del hecho, en la conversación cada detalle da pie a especulaciones magnánimas en las cuales se juega el amor y el desamor, la vida y la muerte. Mientras percibimos mediante las palabras que nada tan terrible ha pasado, nos reímos de que Amanda y Gloria puedan reaccionar de una manera tan trágica. Y si la risa ocurre es porque, a la vez, es tan común y cotidiano hacerse problema por nada, o, como dice el refrán, hundirse en un vaso de agua.
Hay algo sincero y a la vez revelador en la escena: la crisis por el desamor, tan cara al melodrama, en su desborde nos inunda a todos por igual, porque ¿quién no se ha sentido alguna vez angustiado por la espera o la indiferencia del ser amado?
Nunca es gracioso el desamor para quien padece soledades. Aunque sí para el espectador quien ve en estas mujeres el reflejo tragicómico de los propios padecimientos.
En la puesta de Me quedo contigo, hay una combinación certera de tres colores que resumen la obra. El blanco de la escenografía minimalista, deja que el teléfono, del mismo tono, nos remita directamente a los clásicos melodramas cinematográficos. Sobre este fondo, se destaca el negro de los vestidos, que contrasta con el rojo de los labios y los zapatos. Es que tal vez, en la conversación, los personajes hagan un duelo por el amor que se va, o se dilata. Y, a la vez, todavía estén dispuestas, con las boquitas pintadas, a seducir, o ser seducidas, por un próximo amor.
- de Carla Vidal y Maru Sussini
- La puesta en escena de esta obra tuvo su concepción durante el proceso de escritura. Ésta reproduce la idea de minimalismo: remite a una instalación, dentro de la cual están insertos dos personajes. Un texto superpuesto en contraposición con una puesta escenográfica despojada. La desteatralización de la cotidianeidad. Un lugar incierto, muy blanco, donde dos personajes circulan y se apropian de este espacio indefinido. Un halo intempestivo y rígido marca sus movimientos, en la totalidad de un espacio en el que todo detalle está sumamente cuidado y elegido ocupando un lugar específico en su forma y función. Un teléfono, otro protragonista de la historia. Una vara de flores, único objeto manipulable, con la capacidad de transformarse en una caricia, un arma peligrosa, una palabra no dicha, un pensamiento. Una puesta minimalista interceptada con actuaciones no naturalistas ni realistas: el extrañamiento de lo común. Todo está a la vista: lo escondido toma dimensión y nos sumerje en la profundidad de querer ver lo que no se quiere mostrar.
domingo, 12 de octubre de 2008
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